Relato del repartidor de pizza
Por Jenny Matos
DOMINGO, 25 AGOSTO, 2024: José le entregó a su novia una pizza, de las que repartía en su trabajo de medio tiempo, ya que la pareja estudiaban medicina. Mariana se mostraba con el rostro sombrío. No era la misma desde hacía varias semanas. Sus manos se mostraban trémulas y frías; rehusaba sus caricias. Hasta que rompió el silencio: –José, lo nuestro no es posible. No podemos volver a vernos. El chico quedó petrificado con la noticia. – ¿Esta segura Mariana?, sabes que te amo. En dos años voy a terminar la carrera y podré darte todo lo que hoy no puedo. –Ya no hay tiempo para diálogos, dijo la moza, empujándolo bruscamente.
Entretanto, un muchacho corpulento, el que jugaba baloncesto, el popular llamado Carlos, apareció en escena y con sorna espetó: –Vamos José, no tienes nada que ofrecer a mi chica, solo que un pedazo de pizza fría y tiró la caja al suelo; y halando a la muchacha por el brazo derecho la levantó, atrayéndola seductoramente y la besó para humillar a José. –Mi padre es dueño de muchas empresas, esta chica ya ha sido mía, mientras tú esperas lo que nunca llegará. Ambos se fueron abrazados, no sin antes Mariana voltear el rostro, como cosa ajena le rodó una lágrima larguísima y sintió mucha vergüenza por todo ese bochornoso momento.
Los días pasaron rápidos y José esperaba llegar a su habitación para derrumbarse. Mató el dolor que le embargó leyendo y estudiando neuróticamente. Pero en el transcurso, Carlos se encargó de llamar siempre a la pizzería y solicitar que sea José que le llevara las pizzas a su apartamento, que compartía con Mariana. Las botellas vacías de las bebidas alcohólicas estaban esparcidas por doquier. Mariana embarazada se veía descuidada y en ocasiones el rostro amoratado. Y en cada entrega de pizza Carlos le daba una jugosa propina, acompañado de sus arrogantes burlas. Tanto Carlos como Mariana habían abandonado los estudios. Sin embargo, José salía siempre en el cuadro de honor. El desafortunado con su novia había sido gasolina para sus propósitos. De tal manera, que las humillaciones y la propina de Carlos, ya no le ofendían, todo lo contrario, nunca tocó un centavo, los guardaba en un lugar para un propósito específico.
Pasado el tiempo, José ya no trabajaba en la pizzería, porque estaba haciendo la pasantía en el hospital y solo esperaba el día de su graduación, porque tenía una propuesta de trabajo en ese lugar, donde todos le amaban. Cada vez que Carlos se emborrachaba llamaba para que José le llevara una orden, al colmo de ir y hacer un altercado en el establecimiento y para sorpresas de todos, en ese momento llegó José, bien vestido y con la llave del coche que compró producto de los ahorros de las propinas del marido de su ex novia. Carlos se impresionó tanto que se fue en vómitos y cayó desmayado.
Después de practicarle los primeros auxilios, a toda velocidad iba José llevando a Carlos al hospital, donde terminó siendo su doctor de cabeceras. El día que le dieron de alta, después de tres semanas debatiéndose entre la vida y la muerte, por una sobredosis de alcohol, el Doctor José Ramírez, le dio la lista de las cosas que estaban prohibidas, para que se mantuviera sano y en la lista estaba: 1. No comer pizza. 2. No comer la novia del pizzero. 3. No meterse con el pizzero.
Cuando Carlos vio aquello, echó a llorar de la vergüenza, pero José le dio un abrazo y le dijo: –Sin rencores mi hermano, es una broma. Tus propinas te salvaron la vida, gracias.
A la salida Mariana quiso hablarle y él musitó entre dientes: –Ya no hay tiempo para diálogos y siguió su camino.
Moraleja: El chico que ves hoy repartiendo pizza, podría ser el gran profesional del mañana. El muchacho popular y “de buena familia”, en ocasiones, sale charlatán. Y es que, la vida da tantas vueltas, como las que da un repartidor de pizzas buscando una dirección desconocida.
Tú, enemiga mía, no te alegres de mí, porque aunque caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz. Miqueas 7:8.
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